Una persona entre millones, una organización entre miles, cada una de un color, eso nos distingue entre todas. Por eso somos únicas. Pero puede ser tan sutil la diferencia entre unas y otras, y estamos tan juntas, que un ojo lo tiene difícil para reconocernos. ¿Dónde estamos en una playa llena de gente?
Lo que queremos, es destacar, que nos miren y nos elijan.
Esta idea, por básica y sencilla sigue estando en el origen de cualquier trabajo de comunicación y creo que es la más importante: conocer las características esenciales, la densidad de los colores primarios que nos conforman y la mezcla de la que estamos hechos. Esa es nuestra identidad y la estamos transmitiendo a los demás ¿no merece la pena que paremos un momento para conocerla?
Como dice Paul Capriotti, “la identidad es la personalidad de la organización, lo que es y pretende ser. Es su ser histórico, ético y de comportamiento”. Lo mismo que las personas y, como ellas, sólo en la medida en la que nos conocemos bien podemos avanzar, cumplir objetivos y ser mejores. Y en un entorno competitivo no está mal si logramos esto.
Vibramos. Sobre todo vibramos. En nuestra sola existencia como organizaciones transmitimos una pulsación, un movimiento que atrae a los demás. La pasión, la eficacia, la alegría, la firmeza o la sensibilidad, la innovación…son algunos valores que nos hacen vibrar a los ojos de otros. Es esto lo que queremos, provocar sensaciones, llegar al corazón y a la cabeza.
Y como color, tenemos la oportunidad de mezclarnos con otros para renovarnos o crear nuevos proyectos, aprender y aportar algo, crecer y trascender más allá de nuestro negocio.
Con todo esto ¿qué podemos hacer? vamos a sacarle partido. Para eso existe la comunicación como área estratégica en una empresa. Elegir quién piensa cómo transmitir nuestros mensajes y hacerlo, es una cuestión de confianza. Confía.
Los comentarios están cerrados.